Golding, William

William Gerald Golding
(Newquay, Cornualles, UK, 1911 - Perranaworthal, Cornualles, UK, 1993)

Autor de la cita: Luis E. Vadillo Sacristán, miembro de la AARS

"El señor de las moscas" (1954)
Novela en la que Golding explora dos temas en particular: la civilización contra la barbarie y la pérdida de la inocencia infantil.

  • Piggy vestía los restos de unos pantalones cortos; su cuerpo regordete estaba tostado por el sol y sus gafas seguían lanzado destellos cada vez que miraba algo. Era el único muchacho en la isla cuyo pelo no parecía crecer jamás. Todos los demás tenían la cabeza poblada de greñas, pero el pelo de Piggy se repartía en finos mechones sobre su cabeza como si la calvicie fuese su estado natural y aquella cubierta rala estuviese a punto de desaparecer igual que el vello de las astas de un cervatillo.

    —He estado pensado —dijo— en un reloj. Podíamos hacer un reloj de sol. Se podía hacer con un palo en la arena, y luego...

    El esfuerzo para expresar el proceso matemático correspondiente resultó demasiado duro. Se limitó a dar unos pasos.

    —Y un avión y un televisor —dijo Ralph con amargura— y una máquina de vapor. Piggy negó con la cabeza.

    —Para eso se necesita mucho metal —dijo—, y no tenemos nada de metal. Pero sí que tenemos un palo.

    Ralph se volvió y tuvo que sonreír. Piggy era un pelma; su gordura, su asma y sus ideas prácticas resultaban aburridísimas. Pero siempre producía cierto placer tomarle el pelo, aunque se hiciese sin querer.

    Piggy advirtió la sonrisa y, equivocadamente, la tomó como señal de simpatía. Se había extendido entre los mayores de manera tácita la idea de que Piggy no era uno de los suyos, no sólo por su forma de hablar, que en realidad no importaba, sino por su gordura, el asma y las gafas y una cierta aversión hacia el trabajo manual. Ahora, al ver que Ralph sonreía por algo que él había dicho, se alegró y trató de sacar ventaja.

    —Tenemos muchos palos. Podríamos tener cada uno nuestro reloj de sol. Así sabríamos la hora que es.

    —Pues sí que nos ayudaría eso mucho.

    —Tú mismo dijiste que debíamos hacer cosas. Para que vengan a rescatarnos.

    —Anda, cierra la boca.