Primeros relojes en México

No podemos concebir una civilización sin una medida común del tiempo. Para el funcionamiento de una sociedad, no sólo es herramienta indispensable el calendario que organiza las actividades del año, sino también la misma división de las partes del día.

Además de sus calendarios, las altas culturas mesoamericanas desarrollaron un complejo sistema de contabilidad de las horas, que tenía como fin regular el transcurso de sus actividades cotidianas.

En el México antiguo, los principales templos de las ciudades tenían, entre otras, la función de determinar y hacer públicas las horas. Eduardo Piña ha encontrado en el Códice Mendoza, así como en Bernardino de Sahagún y Diego Muñoz Camargo, datos sobre la existencia de lo que el traductor del citado Códice llamó “reloxeros por las estrellas del cielo”.

Los más altos dignatarios de cada templo debían observar los astros y dar la señal para que un conjunto de bocinas, caracolas y trompetas anunciase con un fuerte sonido la llegada de la medianoche. Esta operación se repetía, según las fuentes mencionadas, a otras horas: prima noche, cuarto del alba, salida de Quetzalcóatl, ocho de la noche, mediodía y tarde.

También cita Piña una noticia sobre el reloj del Sol. En el templo de Huitzilopochtli ubicado en la cima de Chapultepec, y seguramente en otros edificios similares, existían estos dispositivos (en Xochicalco, así como en el edificio P de Monte Albán aún pueden verse perforaciones verticales para la observación del Sol). De esta forma podemos decir que los templos mesoamericanos cumplían la función que han desempeñado igualmente los edificios de culto de otras religiones, al proporcionar a la comunidad una medida única del tiempo.

Además de los relojeros y sus instrumentos de observación o medición, se necesitaban elementos sonoros que llevasen la información del reloj a la mayor distancia: bocinas o campanas. Por ejemplo, los personajes de Rulfo del relato breve “La herencia de Matilde Arcángel”, se ocultan en sus casas por la noche, con los oídos atentos al paso de los revolucionarios: “Esperamos detrás de las puertas cerradas. Dieron las nueve y las diez en el reloj de la iglesia. Y con la campana de las horas se oyó el mugido del cuervo”.

La invención del primer reloj mecánico se atribuye al papa Silvestre II, en el año 996. Que un personaje de tal jerarquía se ocupase de esto es ya indicio de la importancia social de la labor de regir el tiempo colectivo. La actividad de los campaneros estaría controlada desde entonces de manera más predecible, ya que la medida del tiempo podría hacerse también a lo largo de días y noches nublados. No faltaría quien encontrase cómo hacer que el mecanismo del reloj fuese capaz de accionar por sí mismo algunas campanas, e incluso figuras alegóricas, como las que pueden verse en la Torre del Reloj de Venecia o en el reloj de Praga, que nos recuerdan que todos somos vasallos del tiempo.

Los hábitos europeos se trasladaron a América, y ya desde los primeros años de la Colonia la necesidad de contar con relojes mecánicos se hizo presente en México. En 1530 la Audiencia solicitó un reloj para su edificio. Según Rivera Cambas, el primero en instalarse en una torre fue obsequiado por Carlos V a Cortés, colocado en el templo franciscano de Cuernavaca.

También los particulares instalaban relojes públicos. En la Ciudad de México, Pedro López solicitó permiso en 1548 para colocar uno en la portada de su casa, en la calle de la Perpetua (hoy Venezuela). Rivera Cambas consigna también la existencia, en 1554, del que ocupaba una torre propia en el edificio de la Audiencia, en la esquina de las calles de Tacuba y Empedradillo (Monte de Piedad). Este fue trasladado a las nuevas Casas Reales y sabemos que el campanero Francisco de Arlite lo reparó en 1566.

En un dibujo de la fachada del futuro Palacio Nacional, de 1596, se puede ver este antiguo reloj (con una campana), mismo que daría nombre a la Calle del Reloj (actual Argentina). Es interesante consignar que en 1595 el Ayuntamiento de la capital pedía que permaneciera en al ciudad Matías del Monte por ser el único relojero residente en ella. Sin embargo, ya se había construido un reloj en Puebla hacia 1553, el más antiguo hecho en México del que haya noticia.

Por otra parte, en 1563 Felipe II exigió la instalación de relojes de sol en los edificios de las audiencias coloniales, y prácticamente todos los conventos y edificios públicos de la época tuvieron relojes semejantes, por lo que sería prolijo enumerarlos; sólo diremos que aún se conserva una buena cantidad de los mismos.

Extracto de artículo de V. jiménez, publicado en mexicodesconocido.com.mx, fuente: México en el Tiempo nº 36 - junio de 2000.

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