Reloj solar de Tinajo, Lanzarote, Canarias
El 20 de mayo de 1851, un marinero de La Vegueta construyó un reloj de sol para la iglesia de San Roque. Las iniciales y el apellido del autor, F.R. Fernández, permanecen grabadas sobre el instrumento que fue construido con una madera noble (probablemente de tea) y pintado de blanco. Siglo y medio después sigue rozando el cielo sobre la fachada principal del templo mayor de Tinajo.
Reloj de sol de Tinajo (fotografía elchaplon.com)
“Ha consumido usted más de dos clepsidras”. Raro sería que hoy el presidente del Congreso de los Diputados sugiriese brevedad a un parlamentario en estos términos. Pero en la Tribuna romana, cuando no existía más forma de medir el tiempo que el cielo y otros elementos naturales, se usaba un mecanismo formado por vasos de agua: la clepsidra, o reloj de agua.
En Lanzarote, igual que en otras partes de España, primero fueron los relojes de sol, luego los de torre (que ya conocían cuando llegaron los conquistadores) y finalmente los 'relojes de cebolla', o de bolsillo, muy caros para el campesino o trabajador medio, y sólo al alcance de la clase aburguesada.
Así nos lo explica Luis Balbuena Castellano (Moya, Gran Canaria, 1945) catedrático de Matemáticas y profesor de esta materia en La Laguna. Este jueves visitó el Instituto de Secundaria de Tinajo para explicar a los alumnos cómo el ser humano tuvo que idear diferentes formas de medir el tiempo y orientarse.
Socio fundador de la Sociedad Isaac Newton, Balbuena es un apasionado en su materia y se dedica a explicarla, con infinita paciencia y pedagogía, a los más jóvenes y a los medios de comunicación. Ha ganado cuatro veces el prestigioso premio Giner de los Ríos, es también editor de la revista Números y autor de numerosas publicaciones divulgativas (Palillos, aceitunas y refrescos matemáticos, Cuentos del cero, etc.).
El reloj solar de Tinajo, chico, humilde, y blanco, es el segundo más antiguo de todo Canarias, comunidad que conserva alrededor de 25 ejemplares públicos y muchos más de carácter privado. El más veterano se encuentra en el Convento de San Francisco, en Santa Cruz de La Palma, y data de un siglo antes: el XVIII. Muchísimos instrumentos se perdieron junto a los cascotes de reformas, o fueron sacrificados por el propio paso del tiempo. Detrás del reloj de San Roque figura una curiosa e imperativa inscripción: “Sr. Cura: consérvese”. Y así se ha hecho.
Las investigaciones del cronista Francisco Hernández, de Teguise, condujeron hasta el nombre de Francisco Spínola, sobrino de un párroco de Tinajo que se encargó del cuidado del reloj durante 40 años y proporcionó la información que hoy se maneja sobre la historia de este aparejo medidor. “Se ha conservado durante siglo y medio. Lo que intentamos es que los jóvenes aprecien este monumento científico”, nos dice Balbuena.
En la isla hay al menos cinco ejemplares más, completamente diferentes entre sí: el que reposa en la azotea del Castillo de San Gabriel, en Arrecife; el de la Casa Ferrer en San Bartolomé; y dos privados más, uno en Yaiza, y otro en Puerto Calero, un tanto camuflado por dos laureles de indias, que fue diseñado y construido por Herman Weisweiler, terminado en 1991 y que conmemora el encuentro en la isla del entonces presidente Felipe González y Helmut Kohl, primer ministro de la Alemania unificada.
El reloj de Tinajo marca las horas solares, que tienen una diferencia de una hora (en invierno) y dos (en verano) con respecto al horario civil. Para explicarlo, Balbuena usa un ejemplo muy práctico: en pleno verano, un día soleado, no hay ser vivo que tolere la agresividad del astro rey a las dos de la tarde, momento en el que se coloca más perpendicular a la Tierra.
Sólo a algunos relojes se les aplica la ‘ecuación del tiempo', un cálculo que permite afinar la hora, y compensar las variaciones que registran los movimientos de rotación y de traslación de nuestro planeta.
El reloj mecánico fue inventado en los conventos, por la sencilla razón de que los monjes eran los primeros interesados en regir su vida según las pautas de sus rezos. Antes de que existiera el reloj, un religioso marcaba maitines. El horario litúrgico se ha conservado hasta hace bien poco. Los laudes, las tercias, las sextas, las nonas... Y el momento sagrado del Ángelus, al mediodía, cuando los trabajadores hacían un alto en su labor para rezarlo.
Curiosamente, en las regiones con menos horas de luz solar, en el Norte de la Península y de Europa, es donde más abundan los relojes solares. En Cantabria, por ejemplo, se han catalogado hasta 300 instrumentos.
Al de Tinajo se le han practicado al menos tres reparaciones, y ahora necesitaría quizás una intervención para adecuar la madera y asegurar el gnomo, la varilla que proyecta la sombra arrojada por el sol, la parte más expuesta al viento y la erosión de los agentes atmosféricos.
Fernández, el marinero y autor del reloj, debía de estar empadronado en el municipio de Teguise porque su nombre no figura en el Archivo de Tinajo. Y es que a la altura de El Peñón las lindes resultaban difusas, y no sé sabía cuando se entraba dentro de un término o del vecino.
La leyenda popular, mucho más romántica y sentimental a veces que el dato histórico, cuenta que el marino lo construyó para San Roque, por una promesa que hizo al santo, suponemos que a cuenta de una voluntad cumplida. Pero en el Archivo de Tarquis figura que el artilugio fue encargado (adjetivo éste que desecharía la obra altruista) por 90 reales.
Mudo, discreto y desapercibido, ha sido testigo de varias generaciones de cabilditos, tertulias y celebraciones en la plaza del pueblo. La conversación termina cuando el gnomo marca las doce. La una, en el salpicadero del coche; la 13.06 en la pantalla del Smartphone, la hora de ir picando cebolla en algunas cocinas.
Noticia de prensa, M. J. Tabar, Diario de Lanzarote, 13 de enero de 2012
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