Wilde, Oscar

Oscar Wilde
(Dublin, IR, 1854 - París, FR, 1900)

Autor de la cita: Luis E. Vadillo Sacristán, miembro de la AARS

"El príncipe feliz y otros cuentos" (1888)
"El ruiseñor y la rosa"

  • Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.

    De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

    Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

    En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.

    -Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.

    Pero el rosal meneó la cabeza.

    -Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que quieres.

    Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.

    -Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.

    Pero el rosal meneó la cabeza.

    -Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que quieres.

    Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

    -Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.

    Pero el arbusto meneó la cabeza.

    -Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.

    -No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

    -Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

    -Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.

    -Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

 

"Una casa de granadas" (1892)
"El cumpleaños de la infanta"

  • —¡Atajen al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!

    Incluso los rojos geranios, que no suelen creerse grandes señores, y se les suele conocer por sus numerosas relaciones de dudosa calidad, se encresparon de disgusto cuando lo vieron. Y hasta las violetas mismas observaron —aunque dulcemente—, que si por cierto el enano era sumamente feo, la culpa no era de él. Algunas agregaron que siendo la fealdad del enanito casi ofensiva, demostraría más prudencia y buen gusto adoptando un aire melancólico o siquiera pensativo, en lugar de andar saltando como un enajenado y haciendo gestos tan grotescos y estúpidos.

    En su despreocupación, el enano llegó a pasar rozando el viejo reloj de sol que antiguamente indicaba las horas nada menos que al Emperador Carlos V. El venerable reloj se desconcertó tanto, que casi se olvidó de señalar los minutos, y comentó con el pavo real plateado que tomaba el sol en la balaustrada, que todo el mundo podía advertir que los hijos de los Reyes eran Reyes, y carboneros los hijos de los carboneros. Afirmación que aprobó el pavo real.